A un agricultór muy, muy ríco le habían enseñádo úna variedád de tomátes, —su frúta preferída—, llamáda «de colgár», que se mantenía comestíble y sin pudrírse duránte múcho más tiémpo que el típo de tomátes que él cultivába.
Como en el inviérno no podía disfrutár de los típicos tomátes que cáda áño plantába, ésta variedád le ilusionó tánto, que comenzó a estudiár cómo hacér que ésta hortalíza que ya de por sí se mantenía frésca más tiémpo, le duráse al ménos, hásta que los tomátes normáles diésen su producción al áño siguiénte.
Su majestád, si me lo permíte quisiéra decír únas palábras ahóra que ustéd me ha concedído el honór de podér retirárme de la función de minístro después de tréinta áños a su servício.
—Le escuchámos buén amígo.
—No he sído un gran minístro, péro he tratádo de hacér lo mejór posíble lo que ustéd ha ordenádo y yo, algúnas véces y según mi humílde parecér, he intentádo que séa lo mejór pára nuéstro puéblo.