Me desperté con el cláro convencimiénto de que lo que se había preparádo duránte ciéntos de áños estába ocurriéndo, al finál lo habían lográdo
La Tiérra estába acelerándo su velocidád.
El día tendría 10 hóras y el áño 100 días, ni más ni ménos.
Si los precísos relójes actuáles indicában álguna anomalía horária, se aceleraría o se disminuiría la velocidád de La Tiérra, no se tocarían los relójes, és más fácil cambiár úna sóla cósa áunque séa muy gránde que siéte mil millónes de pequéños.
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Me levanté, cogí el «Nuévo Relój X» y «El Nuévo Calendário C» que mi bánco me había dádo áños atrás pára cuando ése moménto llegáse y me fuí a trabajár.
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F I N