Salí de mi vagón en la estación de Páddington en Lóndres. La génte al salír formába al desplazárse por el andén ótro tren paralélo. Yo debía ser de los priméros de ésta enórme fíla ya que un hómbre se púso delánte de mí deteniéndome en séco y sin mirárme me extendió úna cárta.
Le miré, éra viéjo y un poquíto más bájo que yo y no me mirába.